REPORTAJE
Un paseo diferente por los cementerios de la costa cántabra
El inigualable paisaje de la costa cántabra está formado por la unión entre su patrimonio natural y monumental. Entre este último, destacan algunos de los camposantos más especiales del litoral, desde Comillas hasta Laredo y Castro pasando por Santander.
Su inevitable asociación con la muerte los ha hecho lugares lúgubres, empañados con leyendas oscuras y supersticiones. Pero más allá del significado que por siglos se ha dado a los camposantos en distintas culturas, la belleza arquitectónica y la situación privilegiada de algunos cementerios los convierte en lugares dignos de admirar y pasear como un monumento más.
El paisaje del litoral cántabro da lugar a conjuntos de tumbas de una belleza increíble. De hecho, hace unos días la Revista Adiós anunciaba los cementerios nominados en su Concurso de Cementerios de España. Entre las distintas categorías se colaban dos lugares santos de nuestra región: Ciriego, en Santander, y Ballena, en Castro Urdiales.
El cementerio de Ciriego, que ocupa 180.000 m2 de terreno frente al mar en Santander, está seleccionado en este certamen en las categorías de ‘Mejor monumento’ y ‘Mejor historia documentada’.
El paisaje del litoral cántabro da lugar a conjuntos de tumbas de una belleza increíble
En la primera de ellas, Ciriego, inaugurado el 3 de septiembre de 1893, ha sido seleccionado por la historia deltraslado de los restos de Carmen Amaya desde Bagur a la Cripta de la familia Agüero Sánchez Tagle en La Virgen del Mar. La bailaora es una de las personalidades ilustres del camposanto santanderino.
Ciriego opta también al galardón al Mejor monumento por el panteón de Adolfo Pardo, de estilo neorrománico-bizantino, proyectado por Javier G. Riancho, el mismo arquitecto encargado de la construcción del Palacio de la Magdalena.
El cementerio de Ballena, en Castro Urdiales, aparece entre las diez necrópolis que optan al título de ‘Mejor cementerio de España 2016’, así como uno de sus panteones en la categoría de mejor monumento.
Este camposanto fue construido a finales del siglo XIX para sustituir al antiguo cementerio, que se encontraba en el centro del municipio, por lo que su urbanización (alcantarillado, asfaltado, entramado organizado) se estructuró de una manera ordenada.
Fue declarado Bien de Interés Cultural en 1994 por el valor de sus monumentos. Entre ellos destacan algunos panteones de familias acaudaladas locales y vizcaínas que eligieron este lugar para ser enterradas. De todos ellos, el más llamativo es el de la familia Del Sel, coronado por un ángel junto a un obelisco.
En lo alto de la ciudad vieja, desde el cementerio de Laredo se contempla la playa de La Salvé. Este camposanto fue construido en 1866 y perteneció a la iglesia hasta la Guerra Civil Española, que pasó a manos del Ayuntamiento.
Situado junto a la iglesia de Santa María de la Asunción, una de las curiosidades del cementerio de Laredo es una puerta tapiada en el lateral de uno de sus muros, en el callejón de subida al Rastrillar. Parece ser que esa puerta era la más importante del cementerio ya que se abría en el Día de Difuntos y se accedía a un camino flanqueado por hileras de nichos hasta llegar a una gran cruz de hierro donde se celebraba la misa. Una vez que la propiedad del camposanto pasó a manos del Ayuntamiento, éste la tapió y construyó hileras de nichos para aprovechar bien los espacios de la necrópolis. Fue en el año 1922, año en que se amplió el cementerio, obra del arquitecto E. de la Torriente. El acceso actual se encuentra en la puerta norte de Santa María.
También se cuenta que existía un pequeño cementerio protestante, ya desaparecido, donde hoy se ubica un cuarto de almacenamiento de la iglesia.
En la actualidad esta necrópolis alberga a unos 19.000 difuntos, que superan la población actual del censo de la localidad.
Junto al mar, la imponente escultura del ángel exterminador reina en lo alto de la tapia del cementerio de la villa marinera de Comillas. El camposanto está construido sobre las ruinas de una iglesia del siglo XVI.
Cuenta la leyenda que, entrado el S. XVI, el templo donde actualmente se sitúa el cementerio fue abandonado por la población tras un percance suscitado durante la misa mayor de un domingo entre varios vecinos y el administrador del duque del Infantado, por la cesión de unos asientos reservados a los feudatarios de estas tierras.
Más allá del significado que por siglos se ha dado a los camposantos en distintas culturas, la belleza arquitectónica y la situación privilegiada de algunos cementerios los convierte en lugares dignos de admirar y pasear como un monumento más
La Iglesia, sintiéndose injuriada, mandó sancionar al pueblo de Comillas con la excomunión y entredicho, motivo por el que durante cerca de un año no pudiesen recibir los Santos Sacramentos, hasta que la intervención del regidor de la villa acordó con sus convecinos construir un nuevo templo en el que no existieran privilegios si se les levantaba la pena.
Con el tiempo, la antigua parroquia fue reutilizada como cementerio. Con el paso de los siglos requirió una ampliación, y en 1893 se encargó tal tarea al arquitecto modernista Lluís Domènech i Montaner, muy vinculado a Comillas tras realizar varios mausoleos en la Capilla del Palacio de Sobrellano y la Fuente de los Tres Caños. Para la realización de estos mausoleos contó con la ayuda del escultor barcelonés Josep Llimona, que también realizó la escultura que en la actualidad más define la imagen del cementerio: el Ángel Exterminador, que tiene como base los restos del antiguo templo.
Desde entonces, el camposanto ha conservado su estructura. En el año 1983, su fachada principal fue declarada Bien de Interés Cultural, lo que la convierte en un reclamo turístico más de Comillas. En la actualidad el cementerio es propiedad parroquial.