El objetivo final de una empresa pública no es ganar dinero, no es obtener beneficios económicos. Una empresa pública tiene como finalidad otorgar un servicio a la ciudadanía.
Parece que el equipo de gobierno municipal PRC-PSOE va a re-municipalizar el servicio de recogida de basuras, después de que en 2001 fuese privatizado. Dieciséis años lleva la empresa privada gestionando las basuras del municipio, dieciséis años cobrando dinero público por realizar ese servicio básico y esencial para la civilización que es recoger los desperdicios que genera la vida humana.
Las razones aducidas son, fundamentalmente, económicas y de calidad. Vamos, que va a salir más barato y se va a prestar un mejor servicio a la ciudadanía. ¡Qué curioso! Esto quiere decir que en manos de una empresa pública el servicio sale más caro y es menos eficiente: eso es lo que nos están diciendo, ¿verdad?
Por supuesto que nos están diciendo eso, aunque no pueden decirlo directamente. Todo el mundo sabe que la función principal de una empresa es ganar dinero: aunque pueda parecer que una empresa se dedica a producir coches, bombillas o galletas tostadas, en realidad todas las empresas se dedican a lo mismo: hacer dinero. Los productos o servicios que ofrece no son su finalidad: son el medio por el que consiguen su finalidad: hacer dinero. Una panadería se dedica a hacer dinero, y el pan es sólo el medio por el cual consigue obtener beneficios. El clásico “esto no es una ONG” que todo el mundo ha escuchado alguna vez. Hasta aquí está claro, ¿no?
Nos quisieron hacer creer que darles la gestión de los servicios públicos a la empresa privada era una buena idea, y que además iba a salir más barato y a dar una mejor calidad del servicio
Sin embargo, cuando se trata de una empresa pública, las cosas cambian. El objetivo final de una empresa pública no es ganar dinero, no es obtener beneficios económicos. Una empresa pública tiene como finalidad otorgar un servicio a la ciudadanía. A nadie le puede entrar en la cabeza que la finalidad del oficio de una jueza, un bombero, una profesora o un bedel municipal sean obtener un beneficio económico. Por supuesto que producen un beneficio, pero es social, no económico. No es rentable económicamente, por ejemplo, cuidar a nuestros mayores o encarcelar a un asesino: se hace por su beneficio social, aunque nos cueste dinero. Eso se llama “estado del bienestar”; también “derechos sociales”, y fueron conquistados por nuestros antepasados, los hombres y mujeres que lucharon por una vida mejor para su descendencia.
Ya sabemos que los medios de comunicación mienten, que son pesebreros del poder político y que son capaces de vendernos mentiras tan flagrantes como “no hemos rescatado a la banca” (pues para no haberla rescatado, nos ha costado 60.000 millones) o “ya hemos salido de la crisis” (si, ya...). Tantos embustes y de tal calibre que incluso nos quisieron hacer creer que darles la gestión de los servicios públicos a la empresa privada era una buena idea, y que además iba a salir más barato y a dar una mejor calidad del servicio. Y con tanta insistencia se repitió el mantra que hasta las supuestas izquierdas (aquel partido que montó lo del GAL) lo asumieron como real.
Imaginemos un servicio básico esencial, como por ejemplo la limpieza de las instalaciones municipales, en una ciudad imaginaria llamada, por ejemplo, Tovelarrega (que no Tabarnia,ojo). Imaginemos a todas esas personas que trabajan para que las instalaciones municipales de esta ciudad ficticia estén limpias y puedan utilizarse por la ciudadanía. Imaginemos que los gobernantes de esa ciudad de Tovelarrega deciden, repentinamente, que una empresa privada va a realizar el servicio de forma más barata y eficaz que los empleados municipales: externalizan el servicio.
Un servicio de calidad es incompatible con la privatización
Finalmente, en esa ciudad imaginaria, una empresa (pongamos que se trata de una gran empresa, propiedad de un empresario multi-millonario llamado Florencio Pérez, conocido por ser también presidente del club de fútbol Real Mandril...) decide asumir esa externalización: el amigo Florencio dice que su empresa puede limpiar las instalaciones municipales por menos dinero de lo que gastaba en ello el ayuntamiento. ¡Y aún así ganar dinero! Florencio es muy listo, va a lograr lo que la administración pública no ha logrado: va a prestar el mismo servicio por menos dinero. ¿Y cómo lo podrá hacer nuestro astuto amigo?
Por supuesto, este empresario ficticio, Florencio Pérez, no puede hacer magia: lo que hace son recortes. Recortes en derechos laborales y salarios de las trabajadoras y trabajadores, recortes en los materiales de trabajo (como los productos de limpieza), recortes con la connivencia de la caterva de bandidos de la corporación de esa ciudad imaginaria. Todo el dinero que se ahorra, Florencio se lo mete al bolsillo (quizá para fichar a Meynar el futbolista para el Real Mandril, quién sabe).
Esto sucede sistemáticamente en muchos lugares. Hay muchos “Florencios”, castigados por el estallido de la burbuja inmobiliaria, que han metido sus zarpas en el ente público. Servicios como la limpieza de las instalaciones municipales, la recogida de basuras o incluso el mismo agua que sale de nuestros grifos se han convertido en nichos de negocio para todos los Florencios. Y estos Florencios siempre obtienen beneficios a base de recortar sueldos, derechos y calidad del servicio.
Un servicio de calidad es incompatible con la privatización (por mucho que los voceros de la derecha neoliberal repitan una y otra vez lo contrario). Una empresa privada nunca tendrá como objetivo primario ofrecer un servicio de calidad: busca obtener beneficios, y hará lo que sea necesario para conseguirlo, incluso acabar con lo poco que queda de nuestro estado del bienestar. Está en la propia etimología de la palabra: “privado”, de privar. De privar a determinada gente (los pobres, claro) de ciertas cosas. Y seguirán haciéndolo si se lo permitimos.