El tiempo va devorando la vida, se va comiendo nuestra existencia y según van pasando los años eres cada vez más consciente de que somos finitos, entonces tiendes a dar más importancia a lo que realmente la tiene, a estar más cerca de los tuyos, a pensar en ellos y ayudar si se puede, a dar o compartir lo tuyo. De los recuerdos de ese pasado es mucho lo que se ha podido aprender y esa experiencia será un banco de datos extraordinario para nuestra sociedad, aunque la mayoría de las veces no se valore como merece.
En estas estábamos filosofando, cuando llegó una profunda crisis a nuestro sistema económico que afectó sobre todo a la población más joven, a aquellos que empiezan su andadura creando una nueva familia, ilusionados con los hijos, con el piso comprado gracias a los avales de sus padres y/o abuelos. Tan ensimismados en el día a día, que no levantaban la cabeza para ver que ese mundo de papel que nos habían construido se desmoronaba, que unos estafadores, unos avariciosos del dinero ajeno, habían creado una enorme crisis, que caminaban por el sendero del crédito fácil, y del ladrillo como método de especulación.
Nuestros abuelos, con su esfuerzo, fueron el paraguas que las instituciones no pusieron
Cuando empezaron a darse cuenta, la situación era crítica, muchos perdían sus trabajos, otros veían disminuidas sus retribuciones, y algunos se tenían que ir a buscar las alubias muy lejos. Los que gobiernan esas máquinas de hacer promesas y esconder realidades, nos decían: "Tranquilos, que un plan de expansión del Gobierno recuperará la economía en breve.". La recesión cada vez era más grande, los únicos que no tenían responsabilidad alguna veían como eran ellos, los más débiles, como en todas las crisis, quienes tendrían que pagan la cuenta de los que, eso si, habían vivido muy por encima de sus posibilidades, jugando con fuego, dinero y con nuestro futuro.
Cuando peor estaban las cosas, cuando los desahucios eran el pan nuestro de cada día, cuando el número de parados batía todos los records y la precariedad se había instalado entre nosotros, quienes salieron al rescate de las familias, no fueron nuestras autoridades inmersas en justificar lo injustificable, ni el Gobierno que estaba maquillando la desgracia que todos estamos ya viendo. Fueron nuestros mayores, nuestros padres y abuelos, los que nos han ido sacando de ese pozo. Ellos con su pensión, hicieron el milagro de los panes y los peces, y estiraron la misma para que al menos la familia tuviera lo más básico, según varios estudios más de 350.000 familias tienen la pensión de los abuelos como principal ingreso. Nuestros abuelos, con su esfuerzo, fueron el paraguas que las instituciones no pusieron.
Bien haría nuestra sociedad y el nuevo Gobierno en desarrollar y dotar de medios la Ley de Dependencia
Hoy los abuelos son el pegamento, lo que realmente cohesiona el sistema, los que hacen que el mismo no se rompa en mil pedazos, los que ponen una red, con sus propias manos, de más de 8.500.000 de personas para ser el salvavidas de los demás. Hacen que donde no hay guarderías, donde no se puede conciliar trabajo y familia allí están ellos, para ayudar, para ser la parte de la sociedad más solidaria y a la que desgraciadamente menos se agradece sus gran aportación. Son esas personas con experiencia, las que compensan con su esfuerzo las deficiencias que muchas veces tiene nuestra sociedad. ¡Cuántos bocadillos de abuela, cuántos "tuppers" para llevar a casa, cuánto esfuerzo por una sonrisa!. Una de la mayores injusticias se comete con nuestros mayores, que parecen papel de usar y tirar, que demasiadas veces acaban allí, al fondo, donde no se vean ni estorben, y a los que se recurre por el "porqué te quiero Andrés..."
Es cierto que toda regla tiene excepciones, pero lo que no admite excepción es lo desagradecidos que demasiadas veces somos con nuestros mayores, aquellos que les tocó trabajar duro y que emigraron con su maleta de cartón piedra del pueblo a la ciudad, como hoy sus hijos y nietos los hacen desde España hacia esa parte del mundo donde haya una oportunidad.
No recortemos esas pensiones verdadero subsidio social y devolvamos algo del afecto y trabajo que nos han dado, hagamos que nuestros mayores se sientan cómodos en ese tránsito que es cuando el futuro ya no se puede fiar a largo plazo
Aferrados al cariño de unos nietos, que son para muchos la ilusión de seguir levantándose cada día, salen como ejército solidario, en esas mañanas frías de la mano de sus nietos camino de la escuela, o de la guardería, les hacen la comida, limpian la casa, vuelven a por sus nietos al acabar el horario escolar, les llevan a las extraescolares y al acabar la jornada oyen a sus hijos lo duro que ha sido el día.
Muchas veces da la impresión de aquello que "los derechos son los que tenemos nosotros, y los deberes los que tienen nuestros padres y abuelos". Bien haría nuestra sociedad y el nuevo Gobierno en desarrollar y dotar de medios la Ley de Dependencia, una de las mejoras sociales más importantes y que parece que algunos se empeñan en recortar hasta que sea una declaración de buenas intenciones, donde la parte asistencial cada vez brille más por su ausencia, pese a ello, allí están en la manifestación de los afectados por las preferentes, por los derribos, contra los desahucios, los recortes, la corrupción... son también los abuelos los que gritan pidiendo justicia.
No recortemos esas pensiones verdadero subsidio social y devolvamos algo del afecto y trabajo que nos han dado, hagamos que nuestros mayores se sientan cómodos en ese tránsito que es cuando el futuro ya no se puede fiar a largo plazo. Escuchar sus experiencias, si, las batallitas del abuelo que encierran mucha más sabiduría que los documentales de la 2. Ya se decía que "los abuelos construyeron el mundo en seis días y el séptimo descansaron porque no les tocaban nietos", y es que los abuelos son, sin duda, la mayor y mejor red social de solidaridad, los entrañables multiusos de nuestra sociedad.