Presos políticos y memoria histórica
Crear conciencia de concordia y explorar posibilidades para la razón es la tarea a la que están llamadas las personas evolucionadas. Pero abundan los que se empeñan en encender las mechas del odio.
En la Yugoslavia de 1990 nadie imaginaba lo que iba a pasar en los próximos quince años. Había rivalidades étnicas, políticas, económicas y culturales, pero no se consideraban insalvables. Sin embargo, pocos pusieron empeño en crear puentes de entendimiento. Al revés: fríos estrategas idearon el modo de sacar tajada de aquellas diferencias exacerbando desacuerdos y encendiendo odios. El proceso acabó en los infiernos: Sarajevo, Bosnia, Croacia, Herzegovina, Kosovo. 130.000 muertos, varios millones de personas sacadas de sus casas. A principios de los noventa, nadie lo habría dicho. Después de lo vivido en la Segunda Guerra Mundial, los genocidios parecían cosas de un pasado de locos que nunca más habrían de volver al suelo europeo.
La generación que se mató en la guerra del 36 ni era peor que nosotros, ni estaba formada por personas más brutas e ignorantes que nosotros. Cientos de miles de seres humanos fueron llevados al matadero por la fría ambición de unos pocos de ellos disfrazada de ideales.
Crear conciencia de concordia y explorar posibilidades para la razón es la tarea a la que están llamadas las personas evolucionadas. Pero abundan los que se empeñan en encender las mechas del odio.
Hay palabras creadas para designar realidades abominables que destruyeron a millones de personas y es una odiosa frivolidad utilizarlas para tonterías y chiquilladas
Los nacionalistas catalanes dicen que tienen “presos políticos” y que “ha vuelto a entrar Franco en Barcelona”. Otros irresponsables corean esas afirmaciones. La desmesura en el hablar, la explotación de la ignorancia, el uso de sustantivos para designar realidades que nada tienen que ver con su significado verdadero crean la confusión de la que sacar provecho.
Hay palabras creadas para designar realidades abominables que destruyeron a millones de personas y es una odiosa frivolidad utilizarlas para tonterías y chiquilladas. Fortaleza legal no es fascismo: fascismo es la idea de que donde vemos la tierra floja allí espetamos la estaca honda. Franquismo no es Constitución: es exactamente lo opuesto a Constitución. Dictadura es dictadura porque el ciudadano está completamente indefenso ante el poder y democracia es lo opuesto porque, con todas sus carencias, el ciudadano está protegido no por un caudillo, sino por las leyes. Golpes de estado y estados de excepción ha habido algunos, pero no son estos que dicen ni se parecen nada a estos que dicen.
Las palabras son como locales habitados. Ahora se lleva desahuciar a los inquilinos de estos locales, precisamente los del centro del sistema democrático, para sustituirlos por okupas. Salvadas las distancias, vaciar palabras tan terribles como tortura, franquismo y dictadura para destinarlas a inquilinos semánticos frívolos supone una profanación comparable a convertir en una gigantesca discoteca afterhours el campo de exterminio de Auschwitz.
En un país donde hubo cientos de miles de presos políticos que en su mayoría vivieron después su vida libre entre la indiferencia y el olvido sin que la sociedad democrática les hiciera justicia, llamar preso político a ‘esto’ es profanar el nombre, es insultar a los presos políticos y a sus familias. Garantizar que no se repitan exyugoeslavias ni treintayseises sigue requiriendo sin que se haga demasiado tarde, educación general básica y cultura general democrática. Con sus antecedentes y sus consecuentes. Con una adecuada educación histórica, nuestra sociedad estaría vacunada contra la manipulación actual que nadie sabe en qué terminará.